domingo, 16 de noviembre de 2008

Mis viajes a Zambia: capítulo VII

En la homilía JM se dirige a la gente, es como si entablara un diálogo con ellos: se ríen, comentan, exclaman, contestan, aplauden. En muchos momentos de la celebración alguna mujer lanza gritos haciendo vibrar la lengua con el paladar, algo parecido a nuestros “aturuxos”. En el momento de la paz JM va por todos los bancos dando la paz a todo el mundo. Para un pueblo en el que el contacto físico no es frecuente, este gesto alcanza mucha trascendencia en su cultura. Se hace patente que en la comunidad creyente todos se hermanan y este gesto de darse la mano adquiere una dimensión muy significativa de cómo Dios forma parte de su vida, de su intimidad, de la familia, es el Dios amigo, el amor fraterno que se hace visible.
Cuando se termina la celebración hay como una especie de reunión en el mismo templo. Uno de los presentes, sube al altar y habla, es como si diera las noticias, los avisos, es como una crónica local de la comunidad. En un momento se dirige a JM. Según él nos explica le pregunta que quienes somos nosotros y el se lo explica y al nombrarnos a cada uno, tenemos que ponernos de pie. El cronista agradece nuestra presencia y manifiesta el deseo que la comunidad tiene de saludarnos. Hemos de ponernos de pie, a la vista de todos, en el centro y todo el que quiera se acerca a saludarnos. Vienen en procesión, cantando y nos van dando la mano, haciendo una graciosa reverencia al saludarnos.
Cuando salimos del templo, JM nos dice que vamos a comer en casa de una familia. Vamos caminando, rodeados de bastante gente. Somos la noticia del día.
La casa es rectangular, de ladrillos de barro, como todas. Entramos en una estancia casi cuadrada. Han puesto asientos alrededor de la mesa. Una mesa pequeña, como las que usamos de centro en el salón de nuestras casas. No es una mesa de comedor como acostumbramos a tener. Tal y como estamos, de pie, mientras la mujer sostiene una pequeña tina, el marido nos echa agua caliente en las manos, para lavarnos. La comida ya está en la mesa. JM nos va explicando. En una cazuela hay pollo, “atlético”, nos dice, porque está criado al aire libre. Está guisado con abundante salsa, cuyo componente básico es tomate. En una fuente hay una masa, como de bechamel, de harina de maíz, que se llama nshima. En un cuenco hay verduras. Es la comida tipica del país, la nshima acompañada de verduras y carne o pescado. En este caso nos han ofrecido lo mejor que tienen: al ofrecernos pollo nos están dando de comer una exquisita fuente del mejor marisco. Tenemos que aprender a comer y miramos a JM. Cada uno tenemos un plato sobre las rodillas, se sirve un trozo de pollo, una porción de nshima y verduras. Con las manos, naturalmente, no hay cubiertos. Se toma una pequeña porción de nshima y se amasa entre los dedos, hasta conseguir una especie de pequeña torta, con ella se pueden coger las verduras, actuando como tenazas y mojar la salsa. Antes de volver a servirse hay que dejar el plato bien limpio. No es correcto dejar nada de salsa en el plato. Es importante comer las mollejas del pollo, porque consideran que es el bocado más exquisito, reservado para el huésped. Sería de mal gusto no comerlas. Cuando ya todos han comido, se vuelve a repetir la operación del lavado de manos con el agua caliente. Entonces, con las manos limpias se puede beber. Se bebe agua. Nosotros tomamos de la que JM ha traído de casa, que está filtrada. Lo más peligroso es el agua de cada lugar.
Durante la comida, oímos fuera los niños que están muy atentos a todo lo que sucede dentro y en cuanto oyen alguna de las palabras que decimos y les gusta, la repiten continuamente. Cuando salimos fuera, gran parte del poblado está allí. Tomamos algunas fotos con ellos, hasta que llega el momento de la despedida. Los niños nos siguen corriendo un buen rato, saludando con las manos.
En el camino de vuelta, saltando dentro del vehículo, por los socavones, voy pensando en todo ello. Son tantas las vivencias, las emociones vividas, que me parece que en lugar de rebotar en cada desnivel del camino, contra una superficie dura, floto entre algodones o viajo entre nubes. La experiencia ha sido inolvidable. No se va de mi pensamiento la luz del sol que se filtraba entre las rendijas de la uralita, en aquel templo de barro, el mantel sobre el altar, limpio, raído, con algún agujero, los cantos y bailes, los niños sentados en el suelo, descalzos. Creo que nunca sentí con tanta fuerza mi fe en el Dios de Jesús, el Señor que enaltece a los humildes y humilla a los poderosos.
De regreso en la misión, descansamos un rato antes de ir a dar una vuelta. Aún aprieta el sol, cuando nos acercamos al núcleo urbano. Me sonrío al poner esto de núcleo urbano, porque uno puede pensar en calles, con edificios y aceras, pero aquí no hay aceras ni calles, solo tierra y pequeños barracones de barro con pinturas en la fachada. Por el camino vemos unas gallinas africanas y un colegio de infantil. JM entra en un establecimiento para comprar una tarjeta de teléfono y al salir viene acompañado de una joven que luce una peluca muy brillante. Las mujeres son muy coquetas y les encanta lucir peinados diferentes, pero como sus cabellos son tan difíciles de manejar, no tienen problema en usar una peluca. El nombre de la joven es Belinda, una de las primeras becadas por la Fundación, nos dice JM. Es guapa, culta, estilizada y muy elegante. La elegancia es innata en la mayoría de las mujeres en Zambia. Belinda gracias a sus estudios tiene un buen trabajo y es independiente, algo muy importante aquí, pues de otro modo, por el he hecho de ser mujer, podría verse sometida a los requerimientos de cualquier hombre soltero. En esta sociedad tan primitiva, la vida es injusta, sobre todo con los más débiles, mujeres y niños.
Belinda se viene con nosotros a tomar un refresco. Nos reímos un buen rato con los esfuerzos de Imelda para explicarle como arreglarse las uñas. La joven solo habla inglés y kaonde. Nos dice que le gustaría tener un novio español. ¡Mira que graciosa! ¡Y a muchas! Tiene la edad de mi benjamín. Es maestra y JM nos cuenta que hubiera podido ir a la universidad, pero la competencia en la ciudad es muy grande.
Llegamos a la misión y Belinda se despide, vive muy cerca. Enseguida acuden los niños y posan para su sesión de fotos. Como premio, nos cantan “A Rianxeira” que aprendieron de dos visitas que tuvo JM. Nos piden caramelos, pero JM nos explica que hay que ser prudente a la hora de darles algo, pues se les crean unas esperanzas que luego no serán cumplidas, cuando nos vayamos. En una palabra, que no hay que comprar el afecto con regalos. Nos cantan muchas canciones, hasta su himno nacional. Luego bailan y bailan hasta que es de noche y se van a cenar. Nos dicen muertos de risa “kuja nekulala”, “a comer y dormir”. También nosotros hemos de ir a cenar. Dany nos ha preparado carne con patatas fritas y piña de postre. JM abre un turrón de mazapán. ¡Cómo le gusta! Se nos acaba la tableta en un abrir y cerrar de ojos. Imelda le dice que guarde algo para otro día y el contesta riéndose a carcajadas: “No que se puede estropear”. “También se te puede estropear la carne y la guardas”. “Cierto, pero la carne la puedo comprar y el turrón no”.
Tras la cena nos sentamos en la kimsasa de cháchara. Más tarde se nos une su compañero en la misión. La noche es muy hermosa, cuajada de estrellas. A eso de las nueve nos vamos para cama.

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