lunes, 17 de noviembre de 2008

Mis viajes a Zambia: capítulo VIII

Domingo, 12 febrero 2006.
Me levanto poco después de las cinco. La casa está en silencio. Me arreglo con calma. Para cuando termino JM e Imelda ya se han levantado. Después de ducharse JM se va la luz e Imelda no puede calentar el agua. Son divertidas sus protestas. En el desayuno pruebo la mantequilla de cacahuete con mermelada de guayaba. No está mal si pones poca mantequilla. Llueve seguido y es muy probable que no cese en todo el día. Cuando falta una hora para la celebración nos vamos al templo. Hay que usar los chubasqueros, aunque no son más de veinte metros, te empapas.
Comienza a sonar la música y el coro, dirigido por Dany, el cocinero, entona el canto de entrada. Un grupo de baile, formado por diez niñas inicia la procesión hacia el altar. Menudas y graciosas, avanzan moviéndose al ritmo que marca la melodía. Visten falda larga hasta un poco más arriba del tobillo, de color gris azulado. Cubren la cabeza con un pañuelo y usan como calzado medias blancas. Al llegar al altar, se abren hacia ambos lados del altar para dejar paso a seis monaguillos, que vienen imponentes, con alba blanco y capote verde oscuro.
Grabo con la cámara, sobre todo las actuaciones del coro y el grupo de baile, que es lo más diferenciado con nosotros, pero queda bastante oscuro porque seguimos sin luz eléctrica y el día está muy oscuro. Al parecer, cuando hay tormenta la caída es frecuente.
Las canciones y bailes son diferentes a los de Kaminzekenzeke. Tienen un repertorio muy amplio, que usan en toda la misión, compuesto por ellos mismos, en kaonde.
Es todo un espectáculo ver a Dany dirigiendo, con su chaqueta blanca y pantalón oscuro. Las voces son magníficas. La gente canta muy bien, en general y el ritmo lo llevan dentro: todos se mueven al son de la música. En las ofrendas hasta traen una gallina. Al final, JM nos presenta a la comunidad. Ha dejado de llover. La gente nos saluda fuera, nos presentan a la superiora del convento de monjas, a la secretaria y el director del consejo parroquial, o algo así. Nos vamos para casa.
JM me llama para presentarme a un muchacho. Es huérfano de padre y madre, obtiene las mejores notas del colegio y se le ayuda a través de la Fundación, pero habrá que mantener la ayuda más tiempo porque aún le faltan tres cursos para comenzar la formación profesional. Como es domingo no cesan de venir personas para hablar con JM, quien le trae correo para una moza que vive a setenta kilómetros, quien le viene a decir que quiere casarse, que una mujer en tal poblado acaba de quedarse viuda. El es lugar de encuentro, enlace entre la gente, correo, guía y consejero, amigo y jefe. Vemos un rato la tele antes de la hora de comer, mientras Imelda le corta el pelo al compañero de JM. Comemos arroz, huevos y salchichas. JM en lugar de los huevos se abre una lata de calamares. Allí la conserva es un majar exquisito.
JM se va a dormir la siesta, Imelda peina a su compañero con un encrespado de esos tan modernos. Marietta lee, Imelda lava la ropa y luego la acompañamos Mauro y yo a tenderla al aire libre, en unas cuerdas muy altas para ella.
Llega una señora que al parecer es la mujer del Ministro de Turismo y medio ambiente. Avisan a JM que se va a atenderla. Dany le prepara algo de comer. Marietta, Imelda y yo nos vamos a dar un paseo por la carretera. Menos mal que llevo el gorro. El calor es mortal y como vamos a buen paso enseguida me empapo en sudor. Caminamos media hora, pasando por delante de correos, el hospital, la policía y un buen trecho en dirección a Solwezi. En todo momento nos cruzamos con gente que camina,
Al regreso JM prepara la cena, pues vamos a celebrar su cumpleaños. Nos dice que vayamos a casa de Dany, donde está reunida la comunidad cristiana hablando de algunos temas. Que no nos preocupe que no entendamos, que él nos explicará luego.
La casa de Dany es la primera que se ve fuera del recinto que pertenece a la misión. Fuera de la casa, bajo unos árboles están reunidos hombres y mujeres. Ellos sentados en bancos y ellas en el suelo, descalzas, sobre unas esterillas. Tres de las mujeres tienen niños de pecho a los que dan de mamar cada vez que ellos lo piden. No importa que sea el suyo o no, los niños maman de cualquier madre. En kaonde, la palabra para llamar a la madre, es mama. Pero esa palabra no designa a la madre biológica, sino a cualquier mujer de su familia que cuida del niño, una hermana, una tía, una prima. En total son trece mujeres y diez hombres. En una mesa, uno de ellos toma notas, como si levantara acta de la reunión. Mientras uno habla, el resto escucha y al terminar hacen comentarios o se ríen, a veces a carcajadas. Dany nos dice que podemos tomar fotos si queremos. Al final nos piden que les contemos cualquier cosa que deseemos. Mauro algo les dice de nos gusta estar allí y conocerlos, que aunque no halamos su lengua nos entendemos. Me hubiera gustado decirles algo, pero me cohíbe el saber poco inglés y no saber expresarme bien. Los hombres se levantan y entran en la casa mientras las mujeres cantan y bailan. Dany les reparte “mirindas” que ha llevado de la casa.
Regresamos. Marieta se va a la Kimsasa con una libreta. Enseguida la rodean los chiquillos que le van diciendo en kaonde las partes del cuerpo. Se ríen pícaros cuando le dicen la palabra “culo”. Allí no son palabras que se dicen. Los niños son iguales en cualquier lugar del mundo. Nos inundan de palabras y palabras. Nos piden que les hagamos fotos, pero les digo que no, que ahora la máquina está descansando. No se molestan. Siempre aceptan las cosas si no levantas el tono de voz ni te enfadas. Juegan con una pelota pequeña deforme, hecha de restos de distintos materiales. Me recuerda a las pelotas de papel que me hacía cuando era niño. Cuando les digo que mi nombre es Suso, les hace mucha gracia. Luego utilizan ese nombre en sus juegos. Entre ellos está el pequeño que tiene una enfermedad que le come los glóbulos rojos. JM nos ha dicho que morirá en unos pocos años. Es probable que con un trasplante de médula pudiera salvarse, pero costaría mucho dinero. Es duro tener que elegir entre salvar a muchos o a uno solo.
En ese momento, alejado unos metros del bullicio de los niños, contemplándolos, pienso que aquí, en nuestro país, tenemos tantas cosas. Aquí siento la relatividad de las cosas. Casi nada es necesario. Es cierto que prescindimos de muchas cosas sin gran esfuerzo, pero es porque solo es durante unos pocos días. ¡Qué tendrá esta gente en sus casas! Muy poco, desde luego, cuando toda su vida la hacen al aire libre.
Atardece, el sol se oculta con rapidez tras los árboles. Los niños se despiden, nos dicen “kuja akurara”, cuyo significado nos explican con gestos: “a comer y a dormir”. También a nosotros nos espera la cena. Ponemos la mesa para ocho, porque vendrán el ministro con su esposa. Pero no esperamos por ellos. JM nos explica que no es correcto esperar por alguien para cenar. Ellos cuando lleguen se incorporan sin ningún problema. Nos preparó una ensaladilla de atún, con guisantes, zanahorias, patatas y huevos cocidos, sin más aceite que el de la lata. Aparte, en un tanque, tenía una salsa que el decía “de la abuela”, con vinagre, cebolla y aceite, para que cada uno se sirviera a gusto. Después, patatas fritas y lengua estofada, también una receta de la abuela. De postre turrón y piña. Una auténtica cena de lujo para celebrar un cumpleaños. Imelda coloca las velas para JM sobre una piña. Justo cuando hemos acabado, llegan el ministro y su esposa. Es una persona cordial. Ella apenas habla. La conversación se la reparte entre el, JM y su compañero. Mientras ellos comen picamos algunos cacahuetes. Tomamos algunas fotos, no todos los días puede uno hacerse fotos con un ministro. Enseguida se van. Nos quedamos fuera, un buen rato de tertulia mientras unos toman café y otros, como yo, un té. La noche es hermosa. Antes de acostarnos aún podemos ver como el Barça que pierde con el Valencia. El Celta gana y está de quinto.

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