domingo, 23 de noviembre de 2008

Mis viajes a Zambia: capítulo XIV

Sábado, 18 de febrero de 2006.
Cuando me levanto ya es día. JM se ha ido a decir la misa a las monjas. Después de desayunar nos vamos a un parque natural que hay cerca. Enseguida vemos impalas, cebras y monos, sobre todo. También hay hipopótamos, ñus, búfalos, y jirafas. Los elefantes solo se pueden ver desde muy lejos, porque están con las crías y son peligrosos. Hace calor. Me duele la hernia. Damos vueltas y vueltas, pero no hay manera de encontrar a los rinocerontes. Les digo a mis compañeros que le voy a decir a JM que les pregunte si se lo comieron. Imelda me reprende, porque se puedan molestar los guardias del parque. Bueno, me parece una tontería, claro, como si pudieran entenderme o como si no fuera simplemente una broma que comento con ellos. Bueno, surge un pequeño roce con ella, por esa tontería, pero a partir de ahí me siento un poco aislado.


Al regreso se ponen con la comida. No tengo apetito, me basta con una tortilla francesa, un plátano y un helado. Después de una hora y media de descanso, nos vamos. El plan por la tarde es un paseo en barco por el Zambeze, contra corriente. Cuesta cuarenta dólares el pasaje, en el que va incluida la cena y toda la bebida que quieras tomar. Ocupamos una mesa. Al poco rato todos se levantan para recorrer el barco. Me quedo solo con las bolsas.
Cerca de la orilla se ven bastantes hipopótamos, pero ni un cocodrilo. Nos traen cosas para picar y bebidas. Tomo una coca-cola. Al poco rato, algunos turistas ya están bebidos. Seguro que son ingleses. El camarero pregunta a Grace de donde es y le asombra que sea de Zambia y esté con nosotros.
La verdad es que no tengo muchas ganas de hablar. Pienso en los poblados, en la gente de Kasempa, en los leprosos. En este barco lleno de turistas, paseando por el río. No puedo dejar de admirar la belleza que hay ante mis ojos, pero los pensamientos atenazan un poco mi alegría.
La cena es en bufé, bajo cubierta, pero yo no voy a buscarla. Prefiero seguir aquí, contemplando el agua, el sol bajando entre las nubes, coloreándolo todo. Es noche cerrada cuando regresamos al muelle. Dos indígenas, vestidos como guerreros, con lanza, saltan, cantan, bailan una danza de caza, creo. Nos vamos. Nadie habla y me gusta el silencio. JM nos lleva al hotel a tomar algo, junto a la piscina. La orquesta toca una melodía suave. Tomo una kastell. La música, la noche, es tiempo de nostalgias. Grace me pregunta, al verme tan pensativo, le digo: “I remember my wife”. (Recuerdo a mi esposa.) Me pregunta cuantos hijos tengo y le hago relación de ellos, chapurreando en inglés, como buenamente puedo. Ella luego me habla de sus hermanos. Uno trabaja en computadoras, otro en agricultura, dos estudian todavía, los más pequeños y ella quiere estudiar para profesora de religión.
Llega una animadora que canta, acompañada por la orquesta. Después de escuchar algunas canciones, emprendemos el regreso a casa. Al llegar, doy las buenas noches y me voy a la cama. Ellos se quedan en la cocina, cantando y tocando el tambor. Cuando Mauro se acuesta todavía no duermo.

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